lunes, 5 de enero de 2009

Ya de vuelta...

9 am del último lunes del año. El piloto habla desde cabina con esa voz tan característica que tienen los tripulantes de un avión: "les informamos que en breve vamos a aterrizar en el aeropuerto Charles de Gaulle, el día está despejado y la temperatura es en estos momentos de -6ºC. En nombre de toda la tripulación les deseamos una feliz estancia en París". 
Empezamos a ver desde las alturas como la gran ciudad se despierta, los coches continúan llevando las luces encendidas, y las farolas de los núcleos de población que sobrevolamos comienzan a apagarse... nos esperan cuatro días en París cargados de sorpresas. 
En cuanto ponemos pie en la capital francesa sentimos de golpe esos seis grados bajo cero, pero ya habrá tiempo de pasar frío, ahora es momento de buscar las maletas. Ya con todo el equipaje con nosotros, recorremos el aeropuerto para buscar el bus que nos lleva hasta nuestro hotel, situado en un barrio de París donde los turistas no abundan. Rápidamente nos sentimos como dos parisinos más. Tras nosotros tenemos las grandes avenidas por las que miles de turistas pasean cada día, pero estas pequeñas calles, con esta gente y estos comercios tan de París, nos envuelven de manera inmediata en el ambiente francés. Y como dos parisinos más, recorremos la zona de Ettoile y tomamos nuestro primer almuerzo en la pastelería que hay frente al hotel. Con ganas de descubrir la ciudad, dejamos las maletas en nuestra habitación preparados ya para comenzar a pasar frío. 
Monumentos, calles, avenidas, tiendas... todo decorado hasta el más mínimo detalle con adornos navideños a la altura de esta gran ciudad. Cuando nuestros pies comienzan a quejarse de las largas caminatas del día, encontramos una crepería pequeña y acogedora donde tomamos uno de los productos estrella franceses: los crepes!

El segundo día en París se despierta frío, nublado y amenazante. De manera casi inmediata comienza a nevar. Los charcos se convierten en hielo, poniendo verdaderamente difícil andar por las calles sin acabar con la crisma rota. La catedral de París, el barrio latino, y el barrio de Montmatre son nuestros destinos del día, seguidos por otra deliciosa cena y una velada francesa en la habitación de nuestro hotel.

Y llegamos ya al último día del año. Empleamos la mañana en recorrer las enormes salas del Louvre, más repletas de gente que de obra. Comemos, realizamos compras de última hora, y nos vamos a la habitación de nuestro hotel. A las 21h llegan Antonio y Maite, que también pasan los últimos días del año en la capital francesa. Cenamos lo que para nuestros paladares son delicatessen, muy al contrario que para los paladares parisinos, o por lo menos, eso indica la diferencia de precio entre esas delicatessen en España y en París. Foies, mermeladas de cebolla, quesos y demás junto con los más exquisitos chocolates conforman el menú. 
Sobre las 23 nos dirigimos hacia el metro, con destino Torre Eiffel. Mareas humanas inundan todas las calles. Gritos, cánticos y risas cambian por completo el carácter retraído de los franceses, haciéndonos pensar que el ambiente en la Nochevieja parisina nada va a tener que envidiar a las fiestas españolas. Llegamos a la Torre Eiffel y nos preparamos para la cuenta atrás... pero, y la cuenta atrás? Sin darnos cuenta entramos en el nuevo año sin apenas celebración y, tras comprobar el carácter soso de los franceses, decidimos irnos por nuestra cuenta.
Todas las zonas periféricas han acudido esa noche al centro de la ciudad, desfasan sin saber muy bien donde está el límite. Zarandean coches, defecan en el metro... alucinamos. Mejor celebrar el año en la habitación del hotel en nuestro tranquilo barrio parisino. 

El día 1 lo dedicamos a pasear, comer y realizar compras de última hora. Ya en el avión, Manu me pregunta si lo he pasado bien. "Los viajes se aprecian cuando ya han acabado, mañana en tu casa, pensarás con morriña todo lo que hemos vivido... te parecerá un sueño, un sueño del que no querrás despertar". Le doy vueltas a lo que me dijo, mientras recorría las calles de París de su mano, estaba como en trance. Nuestro primera Nochevieja juntos y además por todo lo alto... ahora revivo esos momentos y cada vez me gustan más...

Brindemos por otro año lleno de sorpresas, y por celebrar cada Nochevieja juntos en un país distinto...

Bonne Anne. 

domingo, 28 de diciembre de 2008

Nochevieja en París

Mañana es el gran día! Tres meses después de la reserva, nuestro avión por fin volará rumbo a París! Cuatro días de ensueño posiblemente nevados nos esperan en el país vecino...
Los pormenores del viaje, os los cuento a la vuelta...
Sólo me queda desear a todos una feliz nochevieja y un año nuevo cargado de alegrías.


martes, 9 de diciembre de 2008

MTV WINTER 2009

Una gran noticia para los amantes de la música invade ya cientos de páginas en Internet y algún que otro espacio en el informativo local de nuestra comunidad. Y es que... hoy se ha dado a conocer el cabeza de cartel del próximo MTV Winter 2009. Miles de fans podrán ver en directo a Franz Ferdinand. Los escoceses eligen nuestra ciudad para presentar su todavía inédito trabajo Tonight.

La cita: el próximo 24 de febrero en la Ciudad de las Artes y las Ciencias, 
nos vemos allí!

martes, 11 de noviembre de 2008

Árbol de Navidad.

Y de repente un día, tras muchos meses sin sentarme frente al blog... veo un objeto por las calles de mi ciudad que me devuelve la ilusión por la letra escrita... 
Un objeto que me obliga a mirar la tarde de otra manera, esa tarde en la que el trabajo, las prisas y los grises del cielo convierten en oscuros todos mis pensamientos.
Simple, tirado en el suelo de alguna parte, y siempre esperando que la persona adecuada lo coloque en algún lugar... en algún sitio. 
Queda un mes y escasos días, empieza la cuenta atrás para que cientos de objetos arranquen sonrisas de mis labios, y espero, también de los vuestros. 
Contagiada por el espíritu navideño.
Añorando ilusiones perdidas en la infancia. 


Este año, vuelvo a ser niña.


miércoles, 20 de agosto de 2008

Sueño de una noche de verano.

Lo habíamos intentado decenas de veces. Desde bien pequeñas, mi compañera de juegos y   yo habíamos perdido horas de sueño intentando hacer funcionar ese maldito aparato que con tanta ansia habíamos estado esperando. 
El frío de las noches más heladas no nos impedía pensar, que un día, cuando la impaciencia nos abandonara de una vez por todas, una fantástica luna acompañada de miles de estrellas estaría esperándonos tras las lentes de mi telescopio. Pero pasaban los días los meses y los años, y nuestra ilusión por descubrir el universo se iba apagando como las miles de estrellas que mueren en la galaxia...
Y tras un paro técnico de doce años fue ayer (aunque con un compañero de juegos distinto) cuando por fin el satélite más bello de una perfecta noche de verano permitió que durante más de dos horas nuestros ojos observaran sus cráteres, sombras... en resumen, esas imperfecciones que resultan perfectas para todos los mortales. 
Quizá la paciencia adquirida con el tiempo, la falta de nubes del estío, o probablemente, contar con un ingeniero manitas al que no se le resiste ninguna máquina, fueron claves para disfrutar de una perfecta luna menguante.
Dejaremos los planetas y los millones de estrellas para futuras sesiones astronómicas a las que, por supuesto, estáis invitados, pues sería injusto que no pudierais contemplar un espectáculo tan bello como el de la fotografía que adjunto.

sábado, 12 de julio de 2008

Época universitaria.

Podría decirse que te ame y te odié a partes iguales. 
Nuestra relación fue como todas las relaciones, tuvo sus momentos. Empecé asistiendo ilusionada a nuestras primeras citas, arreglándome cada día y esperando impaciente esas pequeñas sorpresas que tanto me gustaban.

Tu círculo social consiguió enamorarme. Cada vez me gustaba más tu estilo de vida, con esas pequeñas cosas que te eran propias pero que cada vez, eran más mías...
Cuando llegaban los momentos difíciles, lograbas desesperarme... me hiciste llorar mucho, a veces de rabia por darlo todo y no conseguir nada, a veces de alegría por superar tus duras zancadillas...

Pero el tiempo ha pasado y llega el momento en el que nuestros caminos se separan... Una sensación extraña la que siento, pues no acabo de creerme que ya no vayas a ser más lo que para mí has sido hasta ahora...

Llega el momento de seguir creciendo, madurar y empezar una vez más de 0. Aunque a través de los años me has enseñado cómo hacerlo. Nunca olvidaré tus pasillos, tus pupitres, tus aulas y ese olorcito que identifica un lugar que acaba siendo también un poco tuyo...
Tampoco os olvidaré a vosotros, Lucía, Estela, Lore... y todas esas personas que han conseguido hacer de mí una persona completa...

Después de todo esto sólo puedo decir hasta siempre
 UCH CEU CARDENAL HERRERA.

domingo, 29 de junio de 2008

Niñas de Afganistán.

Hoy dejará de ser mi voz a través de mis palabras la que por un rato os haga escapar de vuestra rutina. Para los que no hayan tenido oportunidad de leer XLSemanal, pienso que el reportaje hoy publicado es digno de mención.
La gran mujer a la par que política, Rosa Díez, ha conseguido erizarme la piel con unas palabras llenas de sentimiento. Y que mejor manera de dar voz a un problema que afecta a millones de mujeres, que compartiéndolo con todos vosotros. No digo más. Las palabras sobran.


"No es tarea fácil poner palabras a unas imágenes como éstas. La mayor dificultad no estriba en la innegable belleza del documento fotográfico o en su altísima calidad artística; lo difícil para mí es añadir algo no dicho ya por esas miradas solemnes y tristes, repetidas en cada fotograma.

Cuando están posando para el fotógrafo con sus mejores galas, las niñas saben que se acaba el tiempo en que sus ojos estarán a la vista de todos. Y miran sin esconderse, sin pudor, sin miedo. Miran de frente, fijamente, como si se les escapara el tiempo. Capturan con sus ojos los ojos del otro, en una especie de reto que no podrán repetir muchas veces más.

Quizá el fotógrafo no pensaba en lo que nosotros perderemos cuando esas miradas claras y libres sean tapadas por la tela opresora. Quizá pensó sólo en denunciar lo que les pasará a esas niñas cuando cumplan los catorce años. Quizá quería mostrarnos lo que ya no podremos ver cuando el velo caiga sobre ellas.

Supongo que esas niñas ríen abiertamente cuando juegan entre ellas, cuando no tienen que tapar su pelo ante un extraño. Cubrir el pelo es el primer paso para privarlas de su plena personalidad. La más pequeña deja ver su cabello revuelto y claro cuando nos mira seria, como si fuera consciente de estar haciendo algo irrepetible. La han vestido con su traje más colorido y le han colocado abalorios de cuentas alrededor del cuello; ella acompaña el vestido de domingo con un gesto que parece incompatible con su edad. Apenas ha dejado de ser un bebé; pero posa con la dignidad propia de un adulto. Hay un detalle que nos recuerda el inevitable contexto en el que se realiza el reportaje: un pie descansa descalzo sobre el hollín del suelo. Eso –también–marca la diferencia con cualquier posado de cualquiera de nuestros niños. No hay cerca una madre, una hermana, una abuela solícita que pida al fotógrafo que espere mientras arregla la composición. Parece todo tan cuidado que uno se pregunta por qué dejaron ese pie descalzo, contrastando con la ropa y el collar buscados ex profeso para la fotografía del hombre extranjero que llegó de lejos. ¿Será que no había otra sandalia? ¿O será que es tan normal que nadie se molesta en ocultarlo? A la niña tampoco parece importarle ese detalle; al fin y al cabo andar descalza parece ser lo cotidiano... La miro y recuerdo a mis hijos cuando eran pequeños. Tiene los puñitos cerrados. Dicen que los niños cierran los puños cuando duermen para sentirse más seguros. Quizá en ella sea un gesto instintivo, como de no saber qué hacer con las manos. O quizá, sin saberlo, cierra los puños para retrasar el momento en el que se le escapen los sueños.

El grito por liberar a las mujeres de Afganistán del burka es un grito por nuestra propia libertad, por nuestra propia dignidad. Nos perderemos el respeto a nosotros mismos si una vez más, en el mismo momento en que el horror deje de entrarnos por la retina, olvidamos el drama de esas mujeres cuya existencia es negada, cuyos cuerpos son sometidos, lapidados, escondidos de la mirada y del respeto de los seres humanos. El burka es la segunda cárcel que soportan las mujeres que viven en Afganistán; la segunda cárcel que se suma a la que tienen que soportar todos sus conciudadanos por vivir en un país que se desangra en las guerras encadenadas, que no encuentra un espacio para la convivencia y para la democracia.

El burka es el símbolo de la negación de su condición de seres humanos. Tapan a las mujeres para negarles el más elemental de sus derechos: ser iguales que los hombres con los que conviven. Los hombres en Afganistán disfrutan de pocos derechos de ciudadanía; pero se reconocen como iguales por las calles. Sin embargo, a las mujeres se les hace saber que ellas no son iguales, que ellas no existen. Y para negar su existencia, nada mejor que taparlas, que someterlas a la deshumanización, que obligarlas a esconderse de la vista de los demás, que encerrarlas en una cárcel indigna, que para más humillación han de cerrar ellas mismas cada día. Es la humillación y el sometimiento; es la privación de todos sus derechos. Es la crueldad añadida por la que los hombres obligan a que sean ellas mismas, ya esclavas, quienes enseñen a sus hijas cuál es su destino.

Bajo el burka están los ojos, esos ojos limpios que son la luz de nuestras propias retinas. Bajo el burka están las lágrimas de esas mujeres que esperan de nosotros que las ayudemos a recuperar la luz. Dicen las mujeres afganas, esas pocas que recorren el mundo porque pudieron escapar, que bajo el burka no se puede reír porque el máximo esfuerzo está dedicado a poder respirar. El calor asfixia; la tela roza la cara; los movimientos se convierten en lentos. Algo tan normal para cualquiera de nosotros como girar la cabeza o alzar la barbilla resultará, dentro de unos pocos años, imposible para esas niñas cuyos rostros hoy contemplamos. Lo que para nosotros es tan normal que apenas si lo valoramos –alzar la cara para que el sol acaricie nuestro rostro, sentir cómo las gotas de lluvia resbalan sobre nuestra piel– resultará imposible para esas niñas una vez que sus padres, sus hermanos mayores, sus maridos las envuelvan en esa funda con la que niegan el cuerpo y el alma de sus mujeres.

Pero a nuestras niñas no sólo les espera la cárcel de tela. En la negación de su vida y de su libertad que practican los hombres afganos sobre ellas se incluye el derecho a venderlas a otros hombres cuando apenas si han cumplido catorce años. Muchas se escapan de esa doble cárcel suicidándose. Toman matarratas, combustible, ácidos... Lo que puedan encontrar.

La pregunta no es si podemos hacer algo más de lo que hacemos para denunciar y combatir esa injusticia permanente que se inflige cotidianamente contra miles de mujeres y niñas y que niega nuestra propia condición de seres humanos. La pregunta –para la que no tengo respuesta– es qué es lo que tiene que ocurrir para que esto que llamamos `mundo civilizado´ se levante contra esa injusticia milenaria que hoy sigue esclavizando a tantos seres humanos en todo el mundo y que pone la nota más amarga y cruel en el feudalismo machista y religioso contra las mujeres afganas. Porque esa injusticia contra las mujeres, ese sometimiento a que son obligadas frente a los hombres y su religión, esa tiranía bendecida por su dios, es mucho más brutal que la falta de libertad y de democracia que sufren tantos ciudadanos de tantos países del mundo. Si callamos ante su bárbaro, si callamos ante la tortura que sufren por su condición de mujer, si nos limitamos a adoptar resoluciones en organismos que no tienen ningún poder vinculante, si nos limitamos a emocionarnos cuando alguien nos pone sus ojos frente a los nuestros, si creemos que esa pasajera emoción es suficiente para liberar nuestra conciencia, nosotros mismos estaremos perdiendo parte de nuestra condición humana.


Estas niñas son nuestros ojos. Si se los tapan, nos los tapan; si las mutilan, mutilan nuestra libertad. Sólo el día que nuestros ojos puedan volver a reflejarse en los suyos nos habremos hecho acreedores de nuestro título de seres humanos. Mientras tanto, su oscuridad es nuestra vergüenza."

Rosa Díez, UPyD.